Que los niños están hartos de la escuela tradicional no es una novedad. Nosotros también lo estuvimos y, ya siendo adultos, sabemos:
- Que al menos un 50% de lo que estudiamos entonces no lo usaremos jamás, (ni lo recordamos.
- Que del 50% útil, un 90% lo hemos olvidado y del 10% restante solo recordamos aquello que nos encantó… o nos traumatizó.
¿Por qué hacemos a nuestros hijos repetir un modelo educativo que sabemos absurdo? La respuesta es clara, porque queremos que ganen jugando al Trivial. No existe ninguna otra explicación.
El plan de estudios de los colegios incluye temas como: qué se cultiva en Andalucía, los afluentes del Tajo, para qué sirven los caballos de vapor, la composición química del sulfato potásico… Si no nos aprendimos todo eso para acertar todas las respuestas, ¿para qué lo hicimos? ¿Para no parecer tontos si alguien nos preguntaba de pronto “qué países cruza el río Orinoco”? La base de nuestra educación y la de nuestros antepasados fue por tanto, prepararnos para responder preguntas que quizá alguien nos haga algún día… o quizá no.
Sin embargo, cuando salimos al mundo nos encontramos con que debíamos:
- Saber dónde encontrar la información que necesitábamos. ¿Sabíamos? NO
- Relacionarnos con gente que no era de nuestro entorno ni de nuestra generación. ¿Aprendimos? NO
- Hablar en público. ¿Nos atrevíamos? NO
- Hablar inglés… pero de verdad. ¿Lo hablábamos? NO
- Gestionar nuestra economía. ¿Alguien oyó algo de esto? NO
- Tomar nuestras propias decisiones, meditándolas, razonándolas y defendiéndolas. No me hagas reír.
Lo que nos enseñaron fue a repetir como loros cosas que olvidábamos al terminar el examen. Memorizar sin comprender. Repetir, repetir y repetir, porque si no lo entiendes es porque no lo has repetido el suficiente número de veces.
Recuerdo tardes enteras tratando de memorizar las capitales de los países asiáticos. Recitando una y otra y otra y otra vez. Y de todas ellas, la única que recuerdo sin la más mínima duda es “Georgia capital Tbilisi”. ¿Por qué recuerdo esa en concreto? Porque mi hermano se llama Jorge y a mi cerebro de diez años le pareció graciosísimo. Encontró una unión con “mi mundo conocido” entre toda aquella información inconexa y la almacenó con éxito y para siempre.
El término científico para esto es “constructivismo”. Encontramos información, la analizamos con nuestras herramientas y nos formamos opiniones subjetivas que afectan a esa información y nos ayudan a procesarla y recordarla. Cómo hemos llegado a aprender lo que hemos aprendido se convierte en más importante que lo que hemos aprendido.
Sin embargo, nuestra escuela usa el “aprendizaje cognitivo” y consiste, simplificando, en encontrar información, meterla en una estantería y rescatarla de nuestro cerebro cuando haga falta. Exactamente como hace un ordenador, no hay ningún tipo de reflexión, sólo almacenamiento.
Este modelo tendría sentido en una sociedad con un escaso acceso a la información, donde la única manera de saber algo es haberlo memorizado previamente ya que el libro más cercano donde se habla de ello está en una biblioteca a 400km.
El otro modelo en el que se basaba nuestra educación era el “behaviorismo”. Esto básicamente es cómo se enseña a un cachorrillo que no debe hacerse pis en la alfombra. Cada vez que lo hace mal se le pega, y por temor, el animal acaba por dejar de hacerlo. O, trasladado a nuestra escuela, cada vez que el estudiante responde mal, se le pone una mala nota y por temor, estudia.
En resumen: el modelo educativo actual, trata a nuestros hijos (y en su día a nosotros) como si fueran animalitos y vivieran en el siglo XVIII. Curioso.
Por poner un ejemplo mundano, digamos que estamos en una clase donde nos enseñan a cocinar una tortilla de patata. Se escribe una receta en la pizarra y los alumnos se ponen a la tarea:
- El profesor behaviorista castigaría la torpeza del alumno que no echó suficiente sal en su primera tortilla.
- El profesor cognitivista no probaría la tortilla, haría recitar a los alumnos la receta a ver si la saben de memoria con puntos y comas.
- El profesor constructivista dejaría al alumno cocinar su tortillas y después, le haría narrar con sus propias palabras, el proceso completo, describiendo problemas y razonamientos que le llevaron a superarlos.
Existe aún una teoría más del aprendizaje, el “conectivismo”. Es la teoría más moderna y se supone que se adapta a la era digital. En el ejemplo de la tortilla, cada alumno sería un integrante de una red de información. El profesor es otro integrante, un libro de cocina otro, un vídeo de YouTube donde María hace una tortilla, otro. Lo importante aquí es que el alumno aprenda a identificar qué tipo de información puede sacar de cada integrante de la red y la fiabilidad de cada uno de ellos.
Quizá sus compañeros de clase son más creativos que el profesor, pero el profesor probablemente sabe más. Pero quizá el profesor solo sabe la teoría y no ha hecho una tortilla en su vida. Y puede que María tenga experiencia pero no está claro qué es “una pizca de sal” o cuánto tiempo en la sartén es “cuando esté doradita”. Cada integrante o fuente de información tiene sus ventajas e inconvenientes y es el alumno quien debe identificarlas y rellenar sus lagunas buscando las fuentes adecuadas.
Las teorías constructivistas y conectivistas se llevan aplicando desde hace años en experimentos educativos de todo tipo. Todos los datos demuestran que el aprendizaje es más efectivo y supone al estudiante un esfuerzo menor para alcanzar resultados mejores.
¿Por qué entonces las instituciones, padres y profesores se siguen resistiendo al cambio?
¿Qué queremos que hagan nuestros hijos en el futuro?… ¿Ganar al Trivial?